Él

Un amor olvidado que en realidad nunca dejó de existir.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El teatro más pequeño del mundo, o al menos hasta que alguien diga lo contrario, se esconde en una casa del barrio de Gràcia. Quizás una mañana de inspiración no musical, su dueño decidió compartir lo que hacía, bajar las escaleras, instalarse en el salón de su casa y empezar a tocar el piano para el público.
19 también toca el piano, aunque entre risas dice que al contrario de la biografía que tenemos entre manos, se conforma con que alguien escriba que a los 30 años lo INTENTABA, me refiero a lo de tocar a grandes clásicos como Chopin o Bach.
Empieza el concierto, y a pesar de la incomodidad de las sillas, siento que la música me devora, las notas se acompañan de historias contadas con palabras, y me acuerdo del post de la GATA ROMA acerca de la sinestesia, no son colores, pero sí melodías unidas a otros sentidos.
El músico que aporrea al piano habla de una triste historia de Wilde escrita para niños, la de un pajarillo que conoce a un príncipe hecho estatua cubierto de joyas, que conmovido por la pobreza del mundo, encarga a la pequeña ave repartir su riqueza hasta arrancarle sus dos ojos que eran diamantes, muere el pájaro al llegar el invierno, derrumban la estatua al volverse fea sin todos sus abalorios, y en el repiquetear de las teclas se puede intuir el aleteo de las alas, los ojos ciegos que no pueden soltar las lágrimas, el cataclismo y la no recompensa a los buenos.
Y el músico se levanta para recibir los aplausos y pide una nota musical, y yo grito fuerte: “¡un Sol!” y lo grito sabiendo que esa nota me gusta porque está en el medio de pentagrama y porque es redonda, gorda, grande y brilla tanto como la estrella. Y entonces se oye: “Do” “Re”, y empieza la improvisación, y vuelven los aplausos y la magia llena la noche, y la música hace maravillas, amansa a las fieras y aviva el corazón.

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